martes, 21 de junio de 2022

Perdedores anónimos: De hecho, ¿qué es ser un ganador?

 

Jens Johnsson, Pexels




Cuento de mi autoría paseante por diversas convocatorias literarias, siendo acreedora a nada y lo veramente relevante aquí sería, este texto fue el que hizo permisible el establecerme en el mundo literario cuando con honestidad estuve a nada de abandonarle. Sin más, prosigamos por favor.


PERDEDORES ANÓNIMOS

 

Treinta años… treinta años… ¿Acabo debo sentirme en la senectud? Para los débiles intelectuales, probablemente; me es risible tal interrogante: se es viejo o joven por pensamiento y la esperanza cesará cuando uno fenezca.

Nunca es tarde para direccionarse a otro carril, donde uno puede encontrar su felicidad; siempre hay alternativa, mas no cualquiera cruza el umbral para tornarlo en realidad.

Solía rodearme de perdedores, derrotistas y seres que no arriesgaban nada, conformándose con mendrugos de la vida o maldiciendo a otros que sí deseaban un cambio radical en sus vidas, dispuestos a conseguirle.

Formar parte de ese grupo me desgastó, afectándome en demasía y resultando más fácil mofarse del resto para no evidenciarse como ser anodino y frívolo; dicho en otra terminología: un fracasado.

Por afectar a otros con mis comentarios irónicos o sarcásticos, pagué un precio algo por cada acción cometida; hubo personas —racionales— que me expusieron como lo que era: un farsante.

¿En qué consistieron mis palabras? En despreciar a aquéllos que creen en su capacidad, no se rinden tan fácilmente y tenían carácter para hacer sus cosas sin detenerse en lo que otros parloteen.

Fui puesto en mi lugar, encarando a cada afectado en su debido momento; recibí una lección que jamás olvidaré: responsabilizarme por mis equívocos.

Proyectar mis carencias en otros, era empobrecer mi espíritu; cuando se es pesimista, se aborrece al mundo. Cuando se es optimista, no se aflige por lo que diga el resto sino que aprecia a quienes le extienden la mano.

Padecí diversos temores, como hacer algo novedoso o fracasar e intentarlo nuevamente; mejor dicho: no dar el primer paso.

El tiempo transcurre sin excepción alguna, uno puede oxidarse al grado de olvidarse pletóricamente qué personalidad tiene o qué anhelos se desvanecieron antes de ser cumplidos por el interesado.

Fastidiado por mi propia idiosincrasia empecé a leer libros filosóficos e históricos, desvelándole la realidad de mi persona y del daño que yo mismo me ocasionaba.

Fui comprendiendo mi redor, de querer a los seres que realmente se preocupan por mí y desechar a quienes no aportan algo bueno para mi formación personal.

Por mis acciones pretéritas, solía perderme de las maravillas que estaban frente a mí lamentándome por nada siempre esperando a que alguien o algo me socorriera, ¡craso error! Sólo uno puede mejorar su propia situación y nadie más.

Esperar a que llegue un ente omnipotente a resolver mis problemas, era esperar a la nada; sin acción, no hay resolución. Yo no lo entendía, hasta tiempo después cuando comenzó mi entorno profesional.

Cursé la carrera de Administración para complacer a mis padres, no habiendo defendido mi verdadera vocación: el cine.

Durante mi estancia en la universidad, rodé un cortometraje —como no acreditado— ayudando a unos compañeros de Comunicación quienes me concedieron la oportunidad de probarme detrás de la cámara.

El trabajo, fue enviado a la televisora local exhibiéndolo con relativo éxito —algo inesperado—; recibí muchos plácemes de ellos, diciéndome que debía dedicarme a ello.

Motivado por los hechos, se lo externé a mis padres para cambiar de rumbo recibiendo como respuesta que esa profesión era para locos adinerados y que yo debía preocuparme por tener una estabilidad económica.

Sus comentarios fueron frustráneos para mí desmotivándome por no ver realizado mi sueño, focalizándome en ser un espectador más de la magia cinematográfica y no siendo un creador con invenciones propias, por lo que me olvidé de esto por unos años.

Al titularme, encenté a trabajar en una empresa trasnacional donde fui bien recibido y el sueldo era bueno; con ello, me pareció propicio comprar una cámara barata para grabar imágenes de la cotidianidad, dotándoles de colorimetría concerniente a mi propia expresión.

Subí mis experimentos en una página de internet que diseñé exclusivamente para eso, gustándoles a algunas personas que seguían mi espacio.

Me levantaba cada mañana cavilando si pudiese modificar el sendero ya recorrido, ¿qué daría a cambio? Me aburría mirar papeles, archivos digitales y demás, por lo que algo tenía que hacer para remediarlo o perecer en el intento.

El tiempo transitando a raudales, carcomiéndome la ansiedad con casi treinta años, me replanteé si era momento de perennizar trabajando en algo que me disgustaba o bien, debía tomar una decisión que cambiaría mi vida para siempre… ¿Qué fue lo que sucedió para entonces?

Saliendo del trabajo, me dediqué exclusivamente a buscar escuelas de cine interesándome por las ubicadas en la gran capital; pedí información de cada una para saber costos, obteniendo respuesta inmediata.

Las colegiaturas, no resultaron ser tan elevadas y únicamente dos escuelas me interesaron; además, podía complementar el tiempo de estudio con un empleo que me permitiese sufragar mis gastos personales.

Gracias a mi madre, adquirí el hábito del ahorro; la mayor parte de mi sueldo, fue acumulándose en mi cuenta. Estuve verificando números, determinando que podía sobrevivir un buen tiempo sin apuros económicos; fue cuando entonces, solicité las fichas para los exámenes de admisión.

En la empresa pedí vacaciones —las cuales me asignaron sin ningún problema—, yéndome sin perder más el tiempo a la gran metrópoli dispuesto a triunfar, maguer me sentía nervioso por lo que sucediera.

Me fui durante una semana, siendo fechas con dos días de diferencia; mientras, en los momentos de asueto dediqué tiempo en ver habitaciones amuebladas con servicios incluidos, rumbos, cercanía con la escuela…

Contrario a lo que decían quienes conocían o vivían en la ciudad, debo admitir que encontré lo que buscaba a un precio accesible.

En cuanto a los empleos, me decidí mejor a revisarlos ya habitando ahí —si es que aprobaba—; lejos de desanimarme, me sentía como cuando un niño abría su obsequio en Navidad ¡qué dicha!

De vuelta al trabajo, con el tiempo debido ya pasado, llegó el día en que recibí correos electrónicos y llamadas a celular de entrambas instituciones —sudé como nunca a causa del nerviosismo por saber la respuesta— informándome que debía presentar la documentación necesaria para inscribirme lo antes posible.

No lo pude creer, pensé que soñaba; es que… fue tan hermoso que sí, casi lloraba. Sonreí tanto como nunca, casi gritaba y bailaba en la oficina.

Para tales efectos, tuve que pedir otros días de vacaciones para cubrir mi inscripción —abocándome por la escuela que más se adecuaba a lo que quería.

Al informarle a mi jefe que necesitaba esto, le confesé abiertamente que estaba a punto de irme a estudiar cine a hacer realidad mi sueño.

Él, dándome una palmada en la espalda, me dijo que con gusto me daba los días y que me felicitaba de antemano proponiendo que le detallara más al regreso.

En el gran monstruo ya habiendo realizado los trámites requeridos, allende de saber cuándo sería el primer día de clases —antes de mi cumpleaños—, fui a reservar la habitación que atrajo mi atención desde la primera visita.

Resueltos los asuntos anteriores, acudí con mi jefe para presentar mi renuncia formal explicándole el periplo que estaba por emprender.

Él me abrazó como si fuésemos hermanos, aclamándome por tomar una decisión de esta índole —varios suelen resignarse antes de intentarlo siquiera.

Me deseó mucho éxito e hizo mención de que la puerta estaba abierta en caso de que un imperfecto surgiese, esperando que no fuera así; fue un gran hombre conmigo, de eso no puedo quejarme.

Respecto a los colegas, algunos se mofaron de mí al enterarse de la noticia espetando palabras como: seré un mal cineasta, regresaré plañendo o que ya estaba obsoleto para reiniciar mi vida.

Cuando los encaré les respondí sonriendo que no esperaba nada de ellos, excepto que un día no se arrepientan de sus propias decisiones porque podrían convertirse en lo que odian o ver cómo su vida se la lleva el viento.

Eso, me daría mucha lástima; entonces, se voltearon sin decirme más y en cambio, los buenos colegas me desearon todo lo mejor para emprenderle.

Siempre estaré agradecido con las personas que me hicieron entrar en razón, elegir el propio sendero es lo más complejo de hacer máxime cuando trata de responsabilizarse de lo que haga uno; no empeciente, así es la vida.

Mis padres respetaron mi decisión, apreciando mi carácter para defender mis convicciones y estoy más que listo para lo venidero; sí, he cumplido treinta años y para algunos, esta edad es peligrosa. Para otros, significa renacimiento.

Desconozco el futuro, lo que puedo decir a favor mío es que tengo un ideal férreo que no se derruirá fácilmente; lucho por lo que creo y amo, eso es todo.

Perder los redaños y morir anímicamente, es sencillo; levantarse, mirar al frente e ignorar a los nescientes, es la prueba veraz para demostrar de lo que uno está hecho realmente.

Cualquiera puede hacer lo que yo, es verdad; la última pregunta sería ¿quién se atreve a dar el gran paso?


¡No olviden comentar, por favor! ¡Éxito en todo momento! 



Código de Registro Safe Creative:


2206191407118



Otros textos de mi autoría:


Todos sabemos lo que pasó: aquí

Perdición: aquí

¿Para qué?: aquí

Irredenta: aquí

Esplendor: aquí

Perdóname, Angélica: aquí

Menudo topetazo: aquí

¡Maldita sea!: aquí



Novelas de Daniel González Flores: 


Pesar infernal: aquí

Dulzor vengativo: aquí



6 comentarios:

  1. Buen relato, es autobiográfico o es ficción?, te mando un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Cómo has estado, Themis? Agradezco tu apoyo, digamos que es compuesto por entrambos géneros y un poco más.

      Muchas mercedes por detenerte aquí, reitero mi gratitud hacia tu lectura y mis mejores deseos; hasta la próxima, éxito en todo momento.

      Eliminar
  2. Muy bueno Daniel. Mi hijo mayor, algo similar. Hace dos años dejó un buen trabajo en blanco de oficinista en un club y se fue a recorrer el mundo con la mochila en la espalda. Todavía no volvió y no creo que lo haga. El viaje de su vida. Su sueño.
    Cada uno debe dar el paso hacia sus sueños. De lo contrario, la vida te duerme sentado en la rutina.
    G.G. Melies.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Pero cómo has estado, mi estimado amigo G.G. Melies? Muchas, pero muchas gracias por comentar.

      Comprendo todo a la perfección, uno debe persuadir sus anhelos y sueños porque de lo contrario ¿a qué vinimos a este mundo?

      Se trata de persuadir ese objetivo primo, así como tu vástago nos da la muestra y sobre todo, nunca ceder ante el 'si yo hubiese'.

      Tienes toda la razón, muchas mercedes por compartir tu perspectiva y parte de tu experiencia vital; te envío un fuerte amplexo, mis mejores deseos y cuenta conmigo.

      Eliminar
  3. Buen relato cada individuo debe tener la convicción de su yo querer y poder.se ve que te profundizate en ti y descubriste tu gran fuerza de Ser.felucitaciones.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas mercedes por compartir tu parecer, agradezco tu atención por igual; te exhorto a revisar más publicaciones del sitio, te deseo éxito y que goces de cabal salud.

      Eliminar