¡MALDITA
SEA!
A un semestre de graduarse del bachillerato, Luciano se preocupó por saber qué haría al presentarse el período universitario.
En la escuela le hablaban sobre tener vocación, mirar hacia el futuro y que tomar una mala decisión podría afectarle de por vida; sea dicho de paso, no habría marcha atrás por lo que con mucha antelación debía elegir cautamente.
Todo esto lo consternó en demasía hasta que un día, en compañía de su familia que iban a dejar a su hermana al aeropuerto, les preguntó sobre la significación de vocación y por qué era relevante estudiar la universidad
Además, ¿qué tan verdad era que al tomar una mala decisión, nada podría remediarse en determinado momento y uno debería lidiar con ello de por vida?
Como si de una interrogante vedada tratase, sus padres se miraron entre sí sin responderle nada; en cambio, su hermana con sequedad, le dijo: «Olvídalo, ya se te pasará. Disfruta del momento, yo sé lo que te digo.»
En absoluto él se sosegó al escucharle y una vez arribados a su destino, con el vuelo a punto de despegar, Luciano le preguntó a su hermana en privado si sabía lo que haría con su vida una vez graduándose de la universidad.
Ésta replicó displicente:
—¡Ay, no sé! Olvidemos estas cuestiones existenciales, ¿quieres?
Sin satisfacción por la respuesta optó por la taciturnidad, unos meses después realizó su examen vocacional y el día de los resultados, con disparidades para él, decidió mostrárselos a sus padres en casa.
Su madre se echó a reír por ello, creyendo que eran una pérdida de tiempo cuando Luciano bramó casi colapsando:
—¡No sé qué hacer con mi vida! ¡No entiendo por qué tengo que elegir algo y si lo hago mal, todo habrá terminado! ¿Qué hago, qué hago?
Sus padres se anonadaron por su reacción, Luciano perennizó exclamando:
—¡Detesto este mundo! ¿Por qué nadie me ayuda a disipar las dudas? ¿Qué es elegir? ¿Moriré si tomo mal una decisión y es verdad que no habría marcha atrás? ¡Ustedes no son de gran ayuda!
Se retiró de su vista y una vez alejado de la escena, su madre plañó a cántaros confesándole a su padre que jamás se había preguntado ello.
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